Lo que el alzheimer me enseñó
Siempre tuve un vínculo muy fuerte con mi madre. Ella fue la que sostuvo mi mundo durante muchos años, la que me protegió y ayudó incondicionalmente. Recuerdo que cuando en clave de humor pasábamos malos tragos, su presencia me reconfortaba y hacía sentir segura. Hoy en día reconozco en mi personalidad muchos de sus rasgos y quizás por eso nuestra conexión sigue siendo tan especial.
Cuando fue diagnosticada con la enfermedad de alzheimer, todo cambió de forma inesperada. Mi marido, mis hijos y yo, tuvimos que dar un giro radical a nuestras vidas. Una larga lista de renuncias y tanta tristeza. Sobre mi espalda una nueva y gran responsabilidad, decidir por ella hasta el más mínimo detalle, y dejar de ser su hija para convertirme en su madre. Así es como me llama la mayor parte del tiempo: "mamá".
En el transcurso de los años ha sido muy duro ver cómo los recuerdos que compartíamos han ido desapareciendo y como los claros-oscuros se han convertido en espacios completamente vacíos donde reina la nada. He sido testigo de su empequeñecimiento y de su creciente vulnerabilidad. Al contemplarla tan perdida he maldecido, he odiado, he llorado, me he revuelto contra todo y finalmente he aceptado.
Con el paso del tiempo mi perplejidad por el entorno ha desaparecido. Algunos velos se han ido cayendo y he descubierto que no todas las personas tienen capacidad para amar.
Hace unos días leí una frase de Pascual Maragall que me conmovió: "El alzheimer borra la memoria, no los sentimientos". Cualquier cuidador sabe que esto es cierto y la gran importancia que tienen los gestos de amor o comprensión. Mi madre cuando no sabe quien soy, sí sabe que la quiero. Cuidar de ella es quizás una manera de poder agradecerle parte del bien que he recibido.
A pesar de lo terrible que es la enfermedad ha habido muchos momentos en los que he reído. Han sucedido tantas y tantas cosas, que guardo anécdotas muy simpáticas como para poder escribir un libro. Al principio, cuando estábamos en la calle y ella no sabía comportarse, yo lo pasaba mal porque era muy reservada y no me gustaba llamar la atención. Sin embargo, he aprendido a normalizar y a reír cuando la situación es completamente estrambótica.
Creo que hasta los momentos más oscuros nos ofrecen una lección escondida. El alzheimer me enseñó lo que es el amor incondicional: la fuerza más poderosa del Universo. Presente tanto en los buenos como en los malos momentos, es la energía que da esperanza y nos mantiene firmes para poder seguir adelante.
No puedo ni imaginar lo aterrador que puede parecerle el mundo a una persona enferma de este mal. Sin identidad, propósitos, sin recuerdos, ... Tan frágiles y dependientes. Los que estamos alrededor NO podemos olvidar quienes fueron. Ellos siguen estando ahí aunque a veces nos cueste reconocerlos. Necesitan de nuestra serenidad y aplomo. Precisan ver unos ojos amables que les aseguren que todo va a ir bien.
Si eres cuidador te envío mucha fuerza. Y mi consejo es que no olvides cuidar también de ti mismo. A veces se nos olvida ;)
Si tienes a alguien querido con alzheimer, permíteme darte un consejo: ve y dile cuanto lo amas. No demores el momento, quizás cuando quieras hacerlo ya sea demasiado tarde.
Con la esperanza de que un día no muy lejano desaparezca esta dura enfermedad, mis reflexiones y yo nos despedimos ;)
Un abrazo. ¡Hasta pronto!