Manuel sintió un nudo en la garganta pero respiró profundo, cogió su pequeña maleta con las pocas pertenencias que tenía y se dirigió rumbo al muelle.
Era un día de primavera pero contra todo pronóstico había amanecido gris y frío. Amenazaba con llover y si no se supiera que era imposible podía parecer que el cielo también se entristecía de su partida.
Manuel, a cada paso que daba sentía como su alma se iba encogiendo y un gran vacío en su estómago que crecía y crecía. En mitad del camino se paró y en un instante pensó en volver a casa, a lo conocido, pero como si de una pesadilla se tratase, borró de su cabeza toda indecisión y continuó.
Mientras seguía andando iban pasando por su mente imágenes de su infancia. Recordó cuando de chico jugaba en los barrancos, el tiempo que trabajaba con la mala bestia de su padre y también los momentos en que su madre simulaba que masticaba para que sus hermanos no se dieran cuenta de que no tenía para comer. Aquel ángel con una sonrisa siempre en la boca y sus manos llenas de llagas de tanto trabajar le había dado todo lo que tenía. Sentía devoción por su madre y cuando recordó su rostro no pudo evitar que las lágrimas se escaparan de sus ojos.
Cuando por fin llegó al barco se quedó mudo de asombro. Nunca había salido de su pueblo y de repente todo era nuevo para él. Virgina de Churruca se llamaba el navío. Pensó que era un nombre un tanto extraño pero sintió un buen pálpito porque Virginia era también el nombre de la señorita que tanto había amado en silencio.
Después de un tiempo que se le hizo interminable el barco por fin zarpó y él permaneció mirando a su querida isla. Deseaba que se quedara grabada en su memoria para siempre y así cuando cerrara los ojos podría recordarla en aquellas tierras tan lejanas.
Las Américas. No sabía muy bien lo que significaba pero le habían contado que allí cualquier hombre dispuesto y trabajador se podía hacer rico. Y él tenía un carácter de hierro forjado a base de palizas de su padre borracho pero también de ternura y amor de su madre querida.
Aquel día en el que el señoritango de turno lo había humillado delante del amor de su vida decidió que esa era la gota que había colmado el vaso. Manuel, con su orgullo profundamente herido, nunca entendió por qué tenía que reverenciar a aquellos sinvergüenzas que nunca habían trabajado en su vida y que trataban a los demás con absoluto desprecio. El hecho de haber nacido en alta cuna les daba derecho a hacer lo que quisieran porque por muchas barrabasadas que cometieran siempre salían impunes.
Cuando su tío le habló de América en una tarde de faena, Manuel tuvo una corazonada y decidió que tenía que partir lo antes posible, pero tuvo que trabajar mucho y muy duro para poder pagar el pasaje que lo llevara a aquella tierra de oportunidades. Nunca dudó de que se iría porque su determinación era absoluta.
Ahora que ya estaba rumbo a su nueva vida las emociones se mezclaban y su corazón latía tan fuerte que parecía que se le iba a salir del pecho. Sintió un escalofrío que le recorrió toda la espalda pero aferrado a la baranda del barco continuó inmóvil en la cubierta.
Mientras la silueta de la isla iba desapareciendo Manuel pensó en su madre otra vez y se juró a si mismo que pasara lo que pasara volvería a buscarla algún día.
Amenazo con continuar esta historia ;)