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-Dibujo a lápiz- |
A lo largo de nuestra vida hay momentos en los que el camino se nos hace cuesta arriba y hay veces en las que nos empecinamos en recorrerlo solos. Tal vez sucede porque nos gusta
pensar que somos perfectos y poderosos o porque tememos dañar la imagen que
tienen los demás de nosotros, ya que lo vemos como un signo de debilidad. Sin
embargo, se necesita mucho valor para reconocer que hay momentos en los que las
circunstancias nos sobrepasan y en los que sentimos que no podemos continuar.
Si
lo pensamos bien pedir ayuda nos crea consciencia de que no somos completamente
autosuficientes y de que tampoco conocemos todas las respuestas, cosa que
sabemos pero que tendemos a olvidar. Tenemos límites físicos e intelectuales pero
con la ayuda de los demás desaparecen o por lo menos se hacen insignificantes.
En
muchas ocasiones creemos que se nos va a negar la ayuda o que se nos pedirá
algo a cambio pero hay más personas a nuestro alrededor de las que
pensamos dispuestas a brindarnos ayuda desinteresadamente.
Si
no pedimos ayuda no podemos sentirnos defraudados por no ser apoyados. Esperar
que los demás sepan cómo nos sentimos y lo que necesitamos en cada momento no
es justo. A veces nos comportamos como víctimas por no recibir una ayuda que en
realidad no hemos pedido. Quizás el orgullo o el miedo nos lo impiden pero es
tan sencillo y tan difícil a la vez como decir "necesito ayuda".
La
vida se vuelve más fácil cuando podemos confiar en los demás y dejarnos apoyar.
Los momentos difíciles se pasan mejor en compañía y se crean vínculos sólidos
de compromiso.
Estamos
rodeados de personas con vivencias similares a las nuestras y
todos en algún momento dado de nuestras vidas pasamos por experiencias
difíciles en la que necesitamos un hombro en el que apoyarnos.
Al depositar tu confianza en otra persona le estás dando a entender que de alguna manera es importante para ti y al mismo tiempo le estás ofreciendo la oportunidad de ser bondadoso.
Mi
consejo es que siempre pidas ayuda si la precisas y que aceptes con gratitud.
Me
despido en esta ocasión con una frase de San Agustín que dice:
Dios
no manda cosas imposibles, sino que, al mandar lo que manda, te invita a hacer
lo que puedas y pedir lo que no puedas y te ayuda para que puedas.