Atardeceres. Tan diferentes y con esa magia que nunca me deja indiferente. Cuando los contemplo me quedo muda temiendo que si pronuncio palabras se pueda romper el encanto del momento.
Los colores, la armonía y la grandeza de las puestas de sol hacen que sea consciente de la insignificancia de los problemas cotidianos y que a la vez sienta la conexión con algo extraordinario, profundo y universal.
Atardeceres compartidos se quedaron grabados en mi alma. Hoy me recuerdan que ya no camina a mi lado pero que ocupa un lugar en mi corazón para siempre desde donde me acompaña, ilumina y guía. El sol de los muertos, decía. Ese que era enviado por los difuntos para que se les rezara al ocaso. Palabras, momentos unidos en la sencillez de las tardes que por aquella época ni imaginaba que tantos años después recordaría. Quizás porque fueron sellados por la hermosura de aquellos maravillosos instantes en los que veíamos juntos cómo el día daba paso a la noche.
Hoy tuve la dicha de poder contemplar esta belleza, retratarla, y rezar al sol de los muertos por ti, por mí....
En memoria de P.R.G. (q.d.e.p.)
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