Esperamos y seguimos esperando. A los diez años deseamos tener quince, y luego, dieciocho. Una vez alcanzada la mayoría de edad pensamos en terminar los estudios y más tarde en encontrar a la pareja ideal, al trabajo perfecto, a los hijos, a que nos toque la lotería... y mientras, la vida se nos va escapando entre los dedos casi sin darnos cuenta.
Esperamos que una vez alcanzada la meta algo maravilloso nos suceda pero no pasa nada, o mejor dicho sí, el tiempo, que no se detiene, y es que la vida no espera por nadie.
Nos vamos dando plazos y postergando convencidos de que habrá siempre más ocasiones. Y lo cierto es que no somos dueños del tiempo ni de muchas circunstancias que nos rodean. Lamentablemente no siempre hay segundas oportunidades.
A veces pasan los años y no sabemos ni siquiera lo que nos hace felices. De niños lo tenemos claro, a la pregunta de "qué te hace feliz" hay un sinfín de respuestas. Ahora, de adultos, nos quedamos desconcertados porque no hemos tenido tiempo ni de madurar la contestación.
Si reflexionamos un poquito nos damos cuenta de que lo que nos hace feliz está la mayoría de las veces al alcance de nuestra mano. Compartir momentos con nuestros seres queridos, escuchar música, leer, escribir, dibujar, viajar, ....
Lo triste es que aún sabiendo lo que nos llena seguimos postergando. ¿Creemos quizás que no nos merecemos la felicidad por herencia de una sociedad en la que el sufrimiento parece estar más reconocido que el bienestar personal? ¿Tenemos miedo a proclamar a los cuatro vientos que somos dichosos por si la vida nos castiga con alguna desgracia? La abnegación está muy bien, pero sinceramente creo que no sirve para todos.
¿Y qué pasaría si nos atreviéramos a ser inmensamente felices? Pero no mañana, ni pasado, ni el próximo año. Me refiero a este momento, al presente más inmediato. Mi consejo es que escojas la senda de la alegría y aproveches cada segundo porque el verdadero milagro no es lo que te va a suceder mañana sino el estar vivo en este preciso momento. ¡Aprovéchalo!